12 de junio de 2014

El dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro.

Sabia que eras de esos, un precipicio sin escrúpulos, una persona barranco, un alentador de suicidas, nos arrastrabas hasta el final, hasta que caíamos. Eras la falda que perseguían todas las perras, para las demás pollas la tuya era una deidad, abril y sus lluvias siempre estuvieron locas por ti, pero siempre tuviste los días contados. Nunca decías adiós, no eras de esos, simplemente ibas y venias, sin avisar, ¿para que? Nadie te lo reprochaba. Pero a pesar de todas estas facetas tuyas tan jodidamente odiosas, no podía evitar pensar en un tal vez cada vez que te veía suspirar junto a la ventana del tren, o cuando sonreías como si nada mas importara, sospechaba que acomodada en tu pecho, alcanzaría la gloria, que yo era tu musa, tu compás, el acento de cada palabra que pronunciabas. Y lo fui. Y a pesar de que seguir pensando en ti me volverá a llevar por aquellos precipicios que tanto odio, eres de esos por los que caería toda la vida.

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